El paraíso Civil y Comercial

Para el que hace negocios con el bolsillo de otros, no debe haber lugar más fantástico que el fuero Civil y Comercial. En ese sitio, todos sus desmanes se encauzan, los invitados se purifican de culpa y responsabilidad humana, en la asepsia del lenguaje leguleyo, que los contiene y los abriga. Del otro lado del río Jordán, fuera de los límites del fuero, quedan los bárbaros, los no bautizados de legalidad, que reclaman en un dialecto incompresible, con palabras que no tienen traducción y encima, cada tanto, quieren acuñar términos que, por supuesto, no caben (por roñosos) en el diccionario de las togas civiles y comerciales.

Si en tu barrio simplón dejar impaga la cuenta del almacenero se traduce en el corte de víveres, en la cara de culo del que atiende el mostrador de fórmica montado sobre la heladera, en el chusmerío de la cuadra que te señala como un tirado y, eventualmente, si la cosa se prolonga, también te valga una cagada a palos…, si así es el asunto en tu barrio, es muy distinto en el mundo Civil y Comercial. Ahí, los que están en falta son comprendidos en su naturaleza y sus tropelías se despojan de hijaputez por obra de las figuras y los tiempos procesales. Menos pregunta dios y perdona. Nada personal, cosas que pasan, paciencia, ¿no te pagan?, ¿no te van a pagar?, paciencia, que la ley es lenta y en lo lento está su ley. Paciencia, que todo no se puede, paciencia y andá por la sombra que todavía es gratis.

Y te vas y también te vas adaptando, porque la cosa está jodida. Dejás de decir laputamadrepagameloquemedebés y empezás a usar otras palabras, más adecuadas, menos vehementes y más propias de personas adultas que apenas tienen un «conflicto». Te encontrás en la mesa del bar, con tus amigos, pidiendo la cerveza más barata, encadenando palabritas como «quiebra», «acreedores», «carta documento», otra «carta documento», «juicio», «audiencias», «insolvente».  Te vas adaptando pero cada tanto te preguntás cuestiones elementales y algunos días también te sentís medio pelotudo. «¿Cómo puede ser que un tipo no pague por meses, se borre y no pase nada? Peor todavía: ¿cómo es posible que pase todo eso y siga haciendo negocios mientras me comen los albatros?». Son, claro, preguntas abismales: pueden conducir al infinito, a la locura. Pero es mejor eso a pasar frente a un espejo y ver a un boludo que se te parece bastante.

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